Por: Cortesía

De cuando Sandford Fleming perdió el tren y puso el mundo en hora

Cuando nosotros trabajamos, al otro lado del mundo están durmiendo. Nuestra vida está condicionada por la hora. Pero para que todos los humanos refiriéramos nuestros horarios a uno común, alguien tuvo que ponernos de acuerdo. En 1876 Sandford Fleming (7 de enero de 1827 – 22 de julio de 1915), un ingeniero canadiense nacido en Escocia, perdió el tren por una confusión horaria. Y lo que para cualquiera habría sido una anécdota sin mayor trascendencia, para él fue la motivación de un empeño que acabó poniendo el mundo en hora.

Hasta finales del siglo XIX no había un meridiano cero universal. El Ecuador terrestre, una línea imaginaria, es un lugar geográfico concreto, un círculo a medio camino entre los polos norte y sur. Las latitudes, o los paralelos terrestres, vienen establecidos por la geometría del planeta. Esto no ocurre con los meridianos, que son arbitrarios; no hay ninguna razón objetiva para situar el meridiano cero. En 1851 el astrónomo británico George Airy propuso que fuese el del observatorio de Greenwich, ya empleado en Gran Bretaña; pero antes de la celebración en 1884 de la Conferencia Internacional del Meridiano en Washington, distintos países utilizaban diferentes meridianos de longitud cero, normalmente referidos a sus capitales.

Esta carencia de una referencia común de longitud impedía estandarizar los horarios en el mundo, de modo que cada país establecía el suyo sin coordinación con el resto. Obviamente, tampoco existía la tecnología para que cualquier persona tuviese acceso a una referencia horaria común. Cuando en 1847 se decretó en Gran Bretaña un horario estandarizado para los trenes, basado en el meridiano de Greenwich, la compañía de correos telegrafiaba una señal a las estaciones para poner los relojes en hora.

Pero las cosas se complicaban en un país grande y disperso como EEUU: una tabla de 1857 publicada en la Dinsmore’s American Railroad and Steam Navigation Guide and Route-Book mostraba más de cien horarios locales que variaban caprichosamente no ya en horas, sino en minutos. Cuando en Washington era mediodía, en Filadelfia y Pittsburgh —ambas en Pensilvania— eran respectivamente las 12:08 y las 11:48, en Sacramento (California) eran las 9:02 de la mañana y en Frederickton (Nueva York) eran las 12:42. Las compañías de ferrocarriles utilizaban horarios locales de sus oficinas y, al no existir un horario estándar, se ocasionaban pérdidas de conexiones y perjuicios a los viajeros. Lo mismo ocurría con la navegación, por lo que el primer congreso de la Unión Geográfica Internacional, celebrado en Amberes en 1871, recomendó la adopción general del meridiano de Greenwich.

EL SISTEMA HORARIO ÚNICO 

Fue en este contexto cuando Fleming se encontraba en 1876 de viaje en Irlanda. Por entonces era ya un hombre maduro y de reconocido prestigio. Emigrado a Canadá a los 18 años, en su tierra de adopción fue el ingeniero responsable de miles de kilómetros de ferrocarril, cartografiando territorios desconocidos, además de diseñar el primer sello de correos de Canadá y cofundar dos instituciones científicas. En aquel periplo irlandés perdió el tren por una confusión en el horario entre PM y AM. Y se atribuye a aquel contratiempo el momento en que Fleming decidió que ya era hora de acabar con el caos horario.

La propuesta de Fleming era dividir la Tierra en 24 zonas horarias, cada una de 15 grados de longitud y denominadas por las letras del alfabeto de la A a la Y, excluyendo la J, de modo que en cada zona la hora fuese única y todas ellas se refiriesen al meridiano G de Greenwich. En 1876 publicó un librito titulado Terrestrial Time en el que explicaba su idea. En realidad, lo que Fleming pretendía era diferente a lo que hoy entendemos por un horario universal: su “horario cosmopolita” o “cósmico” consistía en que fuera la misma hora en todo el planeta. Por ejemplo, si en Greenwich eran las 21:30, esta hora sería válida en cualquier lugar del mundo como G:30, aunque en cada país pudiera traducirse localmente como 22:30, 23:30 y así sucesivamente. Los relojes, proponía Fleming, tendrían dos esferas, con la hora local numérica y la alfabética de 24 horas; se hizo construir un reloj de dos caras como ejemplo.

El sistema horario único de Fleming, que no establecía formalmente un meridiano cero, no llegó a cuajar. El propio ingeniero propuso después una versión modificada que sí adoptaba el meridiano de Greenwich como longitud cero, y su antimeridiano —longitud 180— como la línea del cambio de día. Los trabajos de Fleming, que el autor defendió en varios congresos, tuvieron gran impacto entre los gobiernos y la comunidad científica. Finalmente en la Conferencia Internacional del Meridiano se estableció Greenwich como referencia de longitud y horaria, aunque no se impusieron las zonas delimitadas por Fleming, ya que se consideró que esto debía dejarse a la decisión de cada país.

La adopción de un horario global aún llevó décadas, pero hoy el Tiempo Universal Coordinado (UTC) basado en el meridiano de Greenwich recuerda el legado de Fleming, sobre todo en su versión militar, la Hora Zulú, que utiliza un código alfabético. El ingeniero canadiense, un hombre inquieto, continuó hasta su muerte impulsando iniciativas muy variadas, desde cables telegráficos submarinos hasta políticas de tierras, desde negocios en algodón, cemento y carbón hasta intereses en la horticultura, el deporte del curling o el alpinismo. Sin duda fue un hombre que supo hacer buen uso del tiempo.

EL PAI.

 

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