La homofobia y la discriminación hacia las identidades de género disidentes permiten que las prácticas violentas hacia la comunidad LGBTTTIQ+ persistan.
Horas de encierro sin contacto con nadie. A veces, pasan meses y años. Las personas no pueden tener contacto con el exterior. Por el contrario, según el discurso de homofobia que siguen estas prácticas, necesitan “rectificar el camino” para volver a “funcionar normalmente”. Antes se conocían como terapias de conversión. Hoy, se denuncian como un Esfuerzo para Corregir la Orientación Sexual e Identidad de Género (ECOSIG).
Una práctica violenta decantada de la homofobia
Los ECOSIG parten de una falacia lastimera: cualquier orientación sexual que difiera de la heteronormatividad es patológica. Además de no tener sustento científico, este tipo de ejercicios —mayoritariamente religiosos— comprometen la seguridad física y emocional de las personas gay, trans, o que no se identifican con los patrones binarios preestablecidos.
En un primer acercamiento, estos métodos están pensados para “curar la homosexualidad”. Además de ser una práctica que nace de la homofobia, la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos (ACNUDH) la rechaza por ser poco ética, y promueve su prohibición a nivel mundial.
Bajo la premisa endeble de que “siempre se ha considerado como una enfermedad mental”, las organizaciones religiosas que aplican estas prácticas correctivas intentan cambiar la orientación sexual o la identidad de género de las personas. En el mejor de los casos, quienes salen de ahí lo recuerdan como un mal sueño. En los más severos, deciden (o intentan) terminar con su vida.
ECOSIG: una violación a los derechos humanos
Por medio de la culpa y la inoculación forzada de valores arcaicos, esta supuesta “terapia reparativa” pretende alinear a las personas a las creencias de la comunidad religiosa a la que pertenecen. En la gran mayoría de los casos, las víctimas pierden el autoestima, son lastimados a nivel psicológico y emocional, y padecen de secuelas difícilmente superables por su cuenta. En ninguno de los casos es efectivo.
En la actualidad, los derechos humanos abarcan también la libre expresión de la sexualidad en las personas. Reprimirla, por tanto, es una violación a los mismos. A pesar de las tradiciones a favor de oprimir las orientaciones sexuales disidentes, desde hace 31 años, la Organización Mundial de la Salud ya no reconoce a la comunidad LGBTTTIQ+ como patológica en lo absoluto.
Por el contrario, se ha promovido la apertura del diálogo en torno a la deconstrucción de la heteronormatividad. Los cuerpos son territorios habitables para las personas que los ostenta, y cualquier acción en detrimento de ellos es una invasión al espacio personal. En algunos países, incluso, se considera un tipo de tortura.
Aunque se ha ganado terreno en la lucha por la equidad y la protección legal de la sexualidad, existen raíces profundas y muy arraigadas a la homofobia que permiten este tipo de prácticas violentas. Aunque el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) da su apoyo a 53 países de todo el mundo, todavía hay mucho trabajo por hacer.
MUY INTERESANTE.