Por: Cortesía

¿Por qué Miguel Ángel mandó quemar la mayoría de sus trabajos antes de morir?

Después de décadas de desarrollo escultórico, arquitectónico y artístico, Miguel Ángel prendió fuego a todo su trabajo de taller a los 88 años.

Miguel Ángel Buonarroti no quería que nadie viera sus dibujos. El acervo de su uso personal estaba completamente prohibido para sus estudiantes y trabajadores en el estudio. Para él, el proceso creativo de los artistas era un asunto completamente privado, inaccesible para los ojos del público. Para eso estaba la obra final. Hosco, altanero y muchas veces iracundo, el maestro renacentista no permitía que nadie se acercara a sus trabajos personales.

Después de décadas de producción artística constante, tomó una deliberación inesperada. A los 88 años, decidió que cualquier rastro de sus obras inconclusas tendría que ser erradicado de la faz de la Tierra, para que nadie pudiera verlos. Dibujos, cuadernos de ensayo, modelos, estudios en cera. Todo se perdió bajo el fuego de una pira indomable. Casi 5 siglos más tarde, podría haber evidencia de porqué lo hizo.

Años de trabajo vueltos ceniza

Los poquísimos trabajos que se salvaron de ese incendio indómito se han repartido entre las grandes instituciones museísticas de Europa. Sin embargo, durante sus años de madurez artística, el maestro renacentista decidió no mostrar sus diseños preliminares a nadie. Su estudio era un territorio privado, que se ha reverberado como un espacio ominoso de su perfil como icono histórico.

Miguel Ángel tenía claro que, de quedar alguna evidencia de su proceso creativo, la magnificencia de las piezas terminadas perderían algo de su halo de perfección. La razón es simple: se entendería parte del proceso humano de prueba y error necesario para llevar a cabo proyectos de esa envergadura. Por esta razón, sus cuadernos de dibujo, estudios y otros intentos de obra final fueron destruidos.

A pesar de que, como sugiere The New York Times, el artista ” creía que la escultura era el arte supremo“, sus diseños preliminares de piezas en mármol no fueron los únicos que mandó quemar. Por el contrario, sus ensayos de pintura y cálculos arquitectónicos originales hicieron que la pira fuera todavía más grande. Así, años de trabajo y esfuerzo fueron reducidos a ceniza.

Nada en sucio

Quedan pocos rastros de los cuadernos personales de Miguel Ángel. La evidencia está en los detalles. Hay ciertos trazos que, según los estudiosos de su vida y obra, revelan que sólo él hubiera podido llevarlos a cabo. La adoración al cuerpo masculino y la dramatización del movimiento humano están entre los elementos reconocibles. Sin embargo, no descartan la posibilidad de que pertenezcan a algún aprendiz muy versado en las formas de su maestro.

A pesar de que la posibilidad siempre está ahí, hay diseños que incuestionablemente hacen alusión a obras que sí terminó en vida. Lo que nos queda es una fracción mínima —quizás despreciable— de todo el trabajo que mandó incendiar en dos hogueras inmensas, en algún lugar de Roma, a los 88 años. Un precedente en 1518 similar, en el que quemó sus dibujos originales, sugiere el mismo destino de todos sus trabajos en sucio.

La necesidad casi fetichista por averiguar el proceso creativo del maestro florentino no es nueva. Por el contrario, en las pocas cartas escritas a mano por él que quedan, se muestra fúrico ante los nobles que querían comprar sus dibujos. En una ocasión, respondió a su padre que mandaría quemar todas las obras en papel, para evitar que “fueran vistas por forasteros”.  Esa intención lo acompañó hasta sus últimos años, cuando finalmente la materializó.

Ascuas de un incendio más profundo

La Piedad, El David, la Capilla Sixtina. No quedan planos, diseños, ni bosquejos en papel. Nada. Miguel Ángel logró que su imagen pasara impoluta a la historia, como ese brillo divino que envuelve a las cosas que parecen perfectas de origen. Los historiadores del arte contemporáneos no se explican cómo fue que algunos pedazos de borradores llegaran a nuestros días, ni porqué están fuera de Italia.

Los dibujos restantes se los han arrebatado entre ingleses e italianos, literalmente, por siglos. Pocos haces de luz apasionada de los personajes quedaron impresos ahí, como primeros intentos de proyectos de talla histórica. Lo más cercano que se tiene a esto para la Capilla Sixtina son codos, rodillas, manos y costillas de Adán, para La creación. Más allá de eso, sólo silencio.

Eventualmente, el incendio creativo del maestro florentino se apagó. Llegar a los 88 años en el siglo XVI ya era, en sí mismo, un logro de época. Eran pocos los casos de vidas tan longevas. No se diga de artistas que se hayan mantenido activos hasta sus últimos años. Como un último deseo apasionado, Miguel Ángel quemó toda evidencia de su trabajo de taller. Días antes de morir, escribió en una carta sin remitente: “Ni la pintura ni la escultura pueden ya aquietar / mi alma”

MUY INTERESANTE. 

 

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