Por: Cortesía

Racismo, Explotación y Muerte: Así eran los zoológicos humanos que exhibían esclavos africanos en Europa

Durante más de un siglo, los europeos acostumbraron crear zoológicos humanos, donde las personas de sus colonias eran vista como especies exóticas.

Las salas de exhibición se extendieron desde Francia hasta el Reino Unido. Se diseñaron carteles para invitar a todo el mundo: ¡Vienen de África!, decían algunos. ¡Conoce lo que hemos traído de las colonias!, sentenciaban otros más. Entre los ‘ejemplares’ que protagonizaban las muestras, había mujeres indígenas, niñas de etnias africanas y hombres de las colonias australianas. Detrás de las barras de las jaulas, miles de personas esclavas perdieron sus nombres, libertad y garantías individuales: eran parte de un espectáculo grotesco y denigrante, que los europeos llamaron zoológicos humanos.

Dentro de jaulas, en silencio

Las personas exhibidas en los zoológicos humanos tenían que asumir posiciones anatómicas, denuncia la escritora de novela histórica Katherine Johnson, en su artículo para The Conversation. Dentro de jaulas y en silencio, fueron parte de caravanas migrantes de museos sobre ruedas. Algunas veces debajo de carpas en circos. Otras más, al interior de instituciones museísticas de renombre, que les presentaron como curiosidades extrañas venidas de los trópicos.

Algunos de los museos que aún hoy conservan un peso importante en la cultura francesa, como el Musée des Confluences, mostraron a los ‘aborígenes’ como piezas de su acervo. Cualquier indicio de humanidad que pudieran guardar estas personas fue, literalmente, borrado de sus expresiones. Para los espectadores blancos en Europa, eran poco más que artículos exóticos, que estaban a su ahí para su entretenimiento personal.

Incluso los científicos serios de la época —entre el siglo XVIII y el XIX, más o menos— asistían a estas demostraciones de poder colonialista, interesados en conocer ‘las formas de vida’ del otro lado del mar. En un ánimo casi fetichista, se expusieron a los cuerpos desnudos de las mujeres y hombres de otras latitudes, para que pudieran ser observados en toda su expresión.

Bestialidad

La voluptuosidad de las caderas y senos de las mujeres les resultó fascinante. Lo mismo con los miembros de los varones, cuya extensión les resultaba inaudita. En lugar de considerarlos en el mismo lugar que ellos mismos, los europeos degradaron a un lugar casi animal a las personas que integraron los zoológicos humanos. Los niños que visitaban las salas apuntaban a las personas con la misma fascinación que verían un león. Los adultos los miraban con sorpresa y horror, como si fueran bestias traídas de otro mundo.

Después de extensas campañas colonizadoras, el estandarte de poderío europeo se cristalizó en este tipo de muestras enfermizas. En algunos casos, se llevaban a cabo en explanadas extensas, que se ‘acondicionaban’ con las mismas especies vegetales que existían en los países africanos dominados. De esta forma, los europeos podían maravillarse con la destreza de los negros al subir palmas, como si fueran simios.

La pigmentación de la piel, por tanto, era definitoria de las razas inferiores. Como si realmente se tratara de una cuestión de especies, se les catalogó por colonia y ubicación geográfica. Aquellos quienes pudieron recuperar sus vestimentas típicas, se mostraban en chozas de paja, como si todas las naciones colonizadas vivieran en las mismas casas rudimentarias. Con el paso de los siglos, este tipo de demostraciones brutales de poder sencillamente desaparecieron de los anales de la historia.

Memoria y duelo colonial

Aunque los zoológicos humanos se practicaron durante —al menos— 150 años, los libros de historia en Europa no hacen mención de ellos. El Congo, Costa de Marfil, las naciones australianas y algunas colonias de América Latina sencillamente se mencionan como una colección de territorios dominados, después de la repartición de África en 1885. A pesar de que muchos de ellos ni siquiera están en el mismo continente, caen bajo la misma categoría: colonizados.

Los ejercicios de memoria han venido, más bien, desde la academia de los antiguos territorios dominados. Revisiones historiográficas más contemporáneas reconocen la brutalidad y fundamento racista que sostuvieron a estas prácticas colonialistas, que objetivizaron a la otredad como motivo de burla y entretenimiento. A los ojos de los europeos decimonónicos, las personas traídas para las exposiciones eran casi equiparables a especies exóticas. 

El sistema de pensamiento está lentamente fragmentándose. Esas prácticas son condenadas como la forma más déspota de imperialismo, y se recuerdan como una falta absoluta a los derechos humanos de las víctimas. Despojadas de sus hogares, familias y nombres, pasaron de ser ciudadanos en sus naciones de origen a piezas de museo. Algunos siguen expuestos, embalsamados en formol, como recordatorio de la brutalidad colonial. Una sepultura digna sigue sin ser opción.

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