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Internacional

¿Cómo vencer la fobia a la vacuna contra el COVID-19?

Es probable que el mundo se enfrente pronto a un nuevo y serio desafío en la lucha contra el COVID-19: la indecisión ante las vacunas.

En Estados Unidos y el Reino Unido, un gran número de personas —al menos 30 por ciento— ha dicho en encuestas recientes que no están seguras de vacunarse o, derechamente, que rechazarán una vacuna que pueda protegerlos del coronavirus y desacelerar su propagación. Es probable que estas cifras estén subestimando el problema. Las personas podrían decirles a los encuestadores que se vacunarán, cuando en realidad no lo harán. Y el problema podría ser aún peor si se lanza una vacuna en virtud de una excepción acelerada para “uso de emergencia” frente al habitual proceso de aprobación, que generalmente es más prolongado, ya que eso aumentaría las inquietudes de las personas en torno a la rapidez.

¿Qué se puede hacer? Para responder a esa pregunta, debemos entender por qué algunas personas son reacias a vacunarse. La investigación analiza la influencia de tres factores, a menudo conocidos como las tres “C”.

El primero es la conveniencia. Los seres humanos sufren de inercia, y muchas veces dejan las cosas “para después”. Si no es tan fácil vacunarse, muchas personas no lo harán.

La proximidad física a los sitios de vacunación ayuda; al igual que tiempos de espera más cortos. Las colas largas molestan, así como el papeleo y los obstáculos administrativos. Si el objetivo es una inmunidad generalizada, las autoridades no deben subestimar la importancia de eliminar los inconvenientes, tanto pequeños como grandes. Lo bueno es que, cuando es posible acceder fácilmente a las vacunas, la tasa de vacunación aumenta enormemente, incluso entre las personas que tienen dudas.

El segundo factor es la complacencia. Con respecto a las enfermedades, muchas personas tienden a pensar que su riesgo personal es bajo. El “sesgo de optimismo”, como se le llama, hace que la vacunación parezca innecesaria.

El tercer factor es la confianza. Esto es la confianza pública en la eficacia y la seguridad de la vacuna, y también en las motivaciones y la competencia de quienes la respaldan. Muchas personas desconfían de las vacunas en general; muchos otros desconfían de algunas vacunas en particular, o de aquellas nuevas, de las que podrían pensar que no están adecuadamente testeadas. En su forma extrema, la desconfianza convierte a algunas personas en activistas de movimientos antivacuna.

En el contexto del COVID-19, la desconfianza podría perfectamente ser un problema particular, que puede llevar a muchas personas a pensar: “No voy a ser un conejillo de indias humano”, o al menos a esperar un tiempo antes de vacunarse. Durante ese periodo de espera, muchas personas podrían enfermarse.

Para aquellos que buscan promover la vacunación, el primer paso es identificar la fuente específica de la indecisión, y analizar cuál es la más importante y exactamente dónde.

Por ejemplo, para las personas pobres, la falta de conveniencia podría primar; entre los jóvenes, el principal problema podría ser la complacencia; para las personas que desconfían de la autoridad y la ciencia, y que piensan que los expertos no tienen idea de lo que están haciendo, el problema es la falta de confianza.

La conveniencia podría ser el problema más fácil de resolver. Una vez que se autorice una vacuna segura y eficaz, garantizar que todos puedan acceder a ella fácilmente debe ser la prioridad de las autoridades (comenzando por las personas que corren un riesgo particular). Un incentivo económico, como una pequeña “gift card”, podría ser de ayuda.

Es probable que la complacencia sea un problema especial para aquellos que creen, con justa razón o no, que su riesgo personal de mortalidad es bajo. Una buena respuesta sería presentar advertencias gráficas, como relatos verídicos sobre muertes y enfermedades graves entre personas jóvenes, sanas y fuertes.

También podría ser de ayuda enfatizar que la vacunación protege no solo a quienes se vacunan, sino también a otros a los que, si no lo hacen, podrían contagiar. Si los jóvenes piensan que sus propios riesgos son bajos, podrían optar por vacunarse si están convencidos de que, al hacerlo, protegerán a la madre o la abuela de alguien.

La confianza puede ser el hueso más duro de roer. La información errónea fortalece la desconfianza pública y, con respecto a una vacuna contra el COVID-19, es probable que haya mucho de eso. Y frente a la vacunación, algunas personas muestran “reactancia”, lo que significa que tienen una actitud negativa ante las solicitudes o requisitos oficiales, y se rebelan contra ellos.

Lo bueno es que se puede desmentir la información errónea, principalmente enfatizando los hechos, sin enfocar la atención en las falsedades (mencionarlas, incluso al intentar desmentirla, puede ser contraproducente).

Para las personas que desconfían de las autoridades, una respuesta efectiva es reunirse con ellas donde se encuentren y apelar directamente a su sentido de identidad social o cultura. Esas respuestas, a veces descritas como “basadas en la comunidad”, informan a las personas que sus pares, y aquellos con sus propios valores, se están vacunando.

Los “validadores” confiables —personas de alto perfil que son respetadas y admiradas por aquellos que carecen de confianza en las vacunas— podrían ser de gran ayuda. Suponga que se sabe que personas de una comunidad temen que una vacuna no funcione, o que sea parte de algún tipo de plan, o que tenga terribles efectos secundarios; políticos de confianza, deportistas o actores, considerados “uno de nosotros” en lugar de “uno de ellos”, podrían respaldar explícitamente la vacunación (e informar que ellos mismos se han vacunado).

Es obvio que las preguntas científicas tienen respuestas científicas. Es menos obvio que las preguntas sobre el comportamiento humano también tienen respuestas científicas. Con respecto a cómo promover la vacunación, nuestras intuiciones a menudo se equivocan.

Pero existe mucha evidencia, y para tratar de proteger a las personas del COVID-19, los países pueden recurrir a ella. El desafío, y la oportunidad, es que todos estaremos en aguas desconocidas, lo que significa que tenemos que ser flexibles y estar dispuestos a averiguar qué funciona y qué no.

 

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