Una mezcla de la legendaria picaresca española y una costumbre originaria de Francia se combinó para dar inicio a esta sabrosa tradición de año nuevo.
Durante el siglo 19, los altos círculos sociales franceses solían brindar con champagne en cenas muy exclusivas, algo que fue replicado con algo de sorna por las clases más populares de España.
En 1892, un grupo de madrileños dio un paso más allá y se reunió en la icónica Puerta del Sol para consumir sus uvas al ritmo de las campanadas. La tradición se consolidó rápidamente, y para 1903 ya se realizaba en otras ciudades de España.
El salto definitivo se dio en 1907, cuando un excedente en la producción de uvas en Valencia hizo que durante esas fechas fuera el fruto más accesible, lo que ayudó a cimentar la tradición que disfrutamos ahora.
La influencia de la gran colonia española en América Latina hizo que pronto esta costumbre se extendiera por todo el continente, incluyendo México, donde la producción de uvas ayudó también a consolidarla.
El dato curioso es que, durante las primeras décadas de esta tradición, no se producían suficientes uvas de mesa, por lo que en algunas casas lo que se consumía eran pasitas, mucho más económicas.