En el imaginario colectivo, el científico es una figura aislada, casi mítica, encerrada entre fórmulas y tubos de ensayo. Sin embargo, esta visión está lejos de la realidad. La ciencia no es exclusiva de mentes superdotadas, sino un campo con reglas específicas que cualquier persona puede aprender y dominar.
¿Qué es el capital científico?
Imaginemos la ciencia como un juego. En este escenario, quien acumule más “fichas” —es decir, mayor reconocimiento dentro del campo científico— tendrá una mejor posición. Estas “fichas” no son objetos materiales, sino símbolos de credibilidad, como lo explicó Pierre Bourdieu: el capital científico es el crédito otorgado por otros investigadores que reconocen tu trabajo.
Este reconocimiento simbólico puede traducirse en oportunidades reales si se apoya en otros capitales: académico, cultural y social.
Acceso académico: más allá del coeficiente intelectual
Para entrar al mundo científico no basta con tener talento: es necesario acceder a herramientas clave como educación de calidad, recursos adecuados, mentores accesibles y un entorno que fomente la curiosidad. El verdadero reto no está en la genialidad, sino en contar con puertas abiertas y guías que acompañen el proceso de aprendizaje.
Capital cultural: parecer y actuar como científico
El capital cultural se manifiesta en lo visible: forma de hablar, vestir, caminar y relacionarse. Para adquirirlo, el contacto con otros científicos es clave, ya que permite interiorizar hábitos, lenguajes y dinámicas del campo. Sin embargo, muchas personas no tienen acceso a estos entornos, por lo que es vital abrir canales desde la infancia y fomentar espacios de encuentro con la ciencia.
Capital social: redes que impulsan
Una parte crucial del juego científico es el capital social, es decir, las redes de colaboración y validación mutua. Contar con mentores, colegas y comunidades científicas permite visibilizar el trabajo y transformarlo en oportunidades concretas como publicaciones, proyectos compartidos o acceso a fondos de investigación.
Democratizar el acceso a la ciencia
Para muchos jóvenes, el acceso al campo científico comienza con una oportunidad mínima pero significativa: un docente comprometido, una feria escolar, una beca o una red de apoyo. Un ejemplo claro es el caso de un estudiante de secundaria que, sin laboratorios ni biblioteca, comenzó un club de ciencia con materiales reciclados. Con el tiempo, ese interés lo llevó a participar en ferias y recibir reconocimiento. Ese primer logro fue su entrada al juego científico.
La ciencia comienza con oportunidades
La curiosidad es el punto de partida, pero necesita estímulos externos. Sin acceso, formación o guía, el talento se pierde. Por eso, más que hablar de genialidad, debemos hablar de accesos, acompañamientos y condiciones equitativas. Con estas herramientas, cualquier persona puede convertirse en generadora de conocimiento.
Autora:
Dra. Leslie Quiroz Shulz, Profesora de la Licenciatura en Relaciones Internacionales de la Universidad Autónoma de Guadalajara (UAG), miembro del Sistema Nacional de Investigadores (SNI). Licenciada en Relaciones Internacionales, Maestra en Educación y Doctora en Gestión de la Educación Superior.