Galia González Rosas (1990, Salvatierra, Guanajuato) ha enfocado su trabajo de investigación de las artes en el bordado. Sin embargo, su interés por esa práctica no surgió cuando era alumna de Estudios e historia de las artes en la Universidad del Claustro de Sor Juana, sino cuando era una niña e iba de visita a casa de sus tías. Ellas, cuenta en entrevista, fueron quienes le enseñaron a crear con hilos.
“Me sorprendían los colores y me llamaban mucho la atención los hilos”, recuerda esta joven de 29 años que ha impartido decenas de talleres de bordado en espacios universitarios, centros culturales y colectivas feministas.
Galia se ha interesado particularmente en el bordado feminista, tema sobre el que ha publicado artículos académicos y ha dado ponencias en diferentes congresos nacionales e internacionales.
“El feminismo nos permite entender nuestra práctica bordadora dentro de un sistema social y artístico dominando por hombres. Nos permite, desde esta actividad, reflexionar y hacer una crítica de la situación de las mujeres y del mundo”, explica.
Añade que la práctica feminista del bordado ayuda a reconocer las estructuras que están subordinando las actividades de las mujeres, así como de otros grupos discriminados: “Lo apreciado siempre es lo que hace el hombre blanco. Si una mujer, una mujer indígena o una mujer afro hace algo, es subordinado en automático. Nuestra práctica bordadora nos ayuda a entender que eso que hacemos no tiene menor valor”.
Galia considera que el acto de bordar, sobre todo cuando se realiza de manera colectiva, ayuda a pensar de qué forma las mujeres pueden darle la vuelta a esas estructuras y construir otras maneras de narrar el mundo.
En sus talleres, que debido a la pandemia de coronavirus (COVID-19) ahora han tenido que ser en línea, pueden participar mujeres de cualquier edad, tengan o no experiencia en esta actividad. Bordados de cuerpos femeninos que se salen de la idealización masculina; con leyendas a favor de la legalización del aborto, o de figuras relevantes para la lucha feminista, como Rosario Castellanos, son algunas de las imágenes que pueden crearse en estos espacios.
En relación con el bordado y el feminismo, Galia refiere la reivindicación de esta actividad como una posibilidad artística que desde hace varias décadas mujeres artistas están llevando a cabo. “A mí me gusta pensar en las posibilidades que el bordado nos da para extender la palabra ‘arte’, para cuestionar las fronteras de la palabra ‘arte’. Quizás el bordado no tenga ya que entrar a los museos y a las galerías, sino ayudarnos a entender de qué forma el arte va a encontrar otros caminos, otras formas de accionarse y de entenderse”, comenta.
Una práctica política
En los talleres impartidos por Galia -quien en redes sociales se encuentra como Galia Hilos-, las participantes no solo bordan y aprenden nueva puntadas, también leen poesía y comentan lecturas sobre la importancia que ha tenido el bordado en el movimiento feminista. Las participantes del Movimiento de Mujeres Sufragistas Británicas, por ejemplo, usaban pancartas bordadas en sus marchas.
Al respecto, Galia considera que esta práctica, al ser corporal, ayuda a entender el cuerpo dentro de un contexto social. “Como dice Rosa Luxemburgo, quien no siente las cadenas no puede moverse y estos espacios de reflexión nos dejan sentir esas cadenas. De ahí que la práctica del bordado haya devenido muchas veces en lucha social. Muchas mujeres y muchos pueblos en contextos específicos han accionado las agujas para denunciar”.
Varias de las mujeres que participan en los talleres de Galia conciben el bordado como un acto artístico y político. Antes de la pandemia se reunían para compartir ese saber y para conversar sobre las problemáticas que enfrentan las mujeres. O se han sumado a protestas para exigir, con sus bordados, un alto a los feminicidios, así como justicia por casos como el de Ayotzinapa y el de la Guardería ABC.
Como afirma Galia, “el bordado nos ha servido para construir una red de mujeres, para construir un pensamiento reflexivo y crítico sobre el mundo”