Aunque no todas pudieron parar, hubo una disminución en la afluencia de los transportes públicos de entre 4 y 40 por ciento
El paro de mujeres del 9 de marzo evidenció lo indispensable de su labor y su ausencia se hizo patente desde las primeras horas del lunes.
Por ejemplo, durante las últimas cinco semanas, las máquinas para recargar tarjetas del Metro permanecieron en desuso y como un elemento casi ornamental, hasta ayer, luego de que los usuarios no pudieran pagar sus pasajes, pues las taquilleras no trabajaron hoy.
Son 340 taquilleras —de 370— que no trabajaron este lunes, lo que tomó por sorpresa a los usuarios, quienes no previeron recargas ni la compra de boletos, pues no notaron que éstos establecimientos son operados por mujeres.
Aunado a la sorpresa, en algunas estaciones no hay máquinas expendedoras, lo que causó que usuarios —en su mayoría hombres— tuvieran que recurrir a los policías que vigilan las estaciones o entre usuarios para obtener una respuesta.
La orden de las autoridades fue darle paso libre a los usuarios que no tuvieran un boleto o una tarjeta con saldo, siempre y cuando la estación en la que accedieran no tuviera una taquilla en operación o una máquina expendedora.
Por primera vez en mucho tiempo, el Metro tuvo una disminución en su afluencia de 40% de los usuarios durante las mañanas. Algo impensable en lunes por la mañana.
En el Trolebús y el Tren Ligero, pasó algo parecido: disminución de 30% de los usuarios, 4% en el caso de los autobuses de la Red de Transporte de pasajeros en la que, además, sólo una de cada 10 operadoras mujeres se presentó a trabajar.
En el Metro, sin embargo, no todas las mujeres pararon. En los andenes hay elementos femeninos de la policía capitalina para resguardar las áreas de vagones de mujeres, para cuidar de aquellas que no pudieron sumarse a la protesta.
“Aunque se anunció el paro, sabemos que hay mujeres que no pueden dejar de trabajar, y por ellas estamos aquí, para cuidarlas del acoso, así sean una o dos las que viajen”, señala una policía capitalina en los andenes, mientras se acomoda su uniforme.
En los dos primeros vagones de cada convoy del Metro hubo muy pocas mujeres, en su mayoría dedicadas a los servicios y al comercio, o vestidas con trajes blancos de médicas y enfermeras utilizaron este transporte.
“No puedo parar, si no trabajo un día desacompleto la semana, 150 pesos que tengo que recuperar para que coman mis dos hijas”, relata Evelyn, jefa de familia y vendedora de comida afuera del Metro.
El paro de mujeres llegó a estudiantes, oficinistas y puestos de mando, pero no a todas, la huelga general convocada no alcanzó a quienes no pueden separarse de su trabajo, porque es su único ingreso o porque de hacerlo implica preocupaciones y angustia para resistir hasta el próximo día de cobro.
Mujeres de guarderías y puestos de atención ciudadana y médica del IMSS recibieron el apoyo velado, sumarse al paro sin descuento del día, pero con la pérdida de su bono de asistencia y productividad.
En las calles céntricas, como Reforma, Insurgentes, así como en las zonas corporativas de Santa Fe, Lomas Altas, Lomas de Chapultepec; o en la Roma, la Condesa, y hasta en el Centro Histórico, sí se sintió que hubo un paro.
En el Congreso, cuando los lunes típicamente sesiona alguna de las 40 comisiones, ningún diputado laboró, pues 22 de ellas son presididas por mujeres.
Otra fue la imagen en fondas, mercados, puestos de quesadillas y torterías en la capital, las mujeres no pudieron sumarse al llamado de un “Día sin Mujeres”, porque —dijeron— “no pudieron darse el lujo”.
Ellas fueron a trabajar, porque si dejaban de hacerlo no hay nadie que les dé el dinero que ganan para subsistir, para resistir el día a día, las que no tienen empresas que las respalden y cubran su falta porque ellas son su trabajo e ingreso.
Platicando sin dejar de cortar los ajos y las cebollas en su fonda de un mercado de la colonia Pantitlán, Blanca Salmerón, madre soltera, contó a El Heraldo de México, que no deja de trabajar porque tiene que llevar el sustento a su casa.
Resaltó que es necesario que las mujeres estén en la cocina porque los hombres son unos “inútiles”.
“Para mantener a mi familia si no, ¿cómo la mantengo? No puedo dejar de trabajar un día porque son muchos gastos en mi casa, y no puedo dejar de trabajar. Los hombres no son necesarios para la cocina, no saben hacer nada, son inútiles”, comentó la mujer.
Junto a ella, Julia Álvarez se enfocó a cortar naranjas para hacer el agua, ella cuenta que no se quedó en su casa este 9 de marzo porque no tiene quién le dé para comer, y aunque no tiene marido, sus hijos, cuentan con otros compromisos.
Eso sí, aclaró que apoyó la marcha del domingo, aunque no está de acuerdo con que hagan lo que ella consideró desmanes.
“Apoyo a las que realmente van pacíficamente. Podemos demostrar que con trabajo se pueden hacer las cosas, pero que no hagan desmanes”, dijo Julia mientras se limpiaba las manos con un trapo rojo y no dejaba de trabajar.