Tlaxcala, Tlax.- Para muchos académicos, pensar en deidades puede sonar fantasioso o irreal. Pero para el pueblo otomí o yumhu de Ixtenco, es exactamente lo contrario: sus dioses se ven, se tocan y conviven con ellos. Así lo compartió el antropólogo del INAH, Jorge Guevara Hernández, durante el Seminario Interno del Centro INAH Tlaxcala.
Después de años de investigación, entrevistas y recorrido comunitario, el especialista confirmó que los dioses de la lluvia siguen presentes desde la época prehispánica hasta hoy, fusionados con las creencias católicas que llegaron con el tiempo.
Un ejemplo clave es Mixcóatl, quien se relaciona directamente con san Juan Bautista, patrono del pueblo. Los yumhu reinterpretan su imagen porque su gesto de verter agua lo convierte en el dueño del vital líquido y su festividad coincide con el inicio de las lluvias, el 24 de junio. Además, su vestimenta de borrego es vista como parte de su carácter de nahual.
Las deidades en la tierra: la montaña y sus secretos
Otra figura fundamental es la reina de la lluvia, una fuerza femenina que habita en la montaña Matlalcuéyetl o Malinche, conocida también como Mesameme.
Esta entidad forma una tétrada sagrada: mujer–montaña–lluvia–serpiente. Existen testimonios de quienes aseguran haber sido invitados a su palacio dentro de la montaña y que, al salir, descubren que afuera pasaron años aunque solo sintieron una noche dentro.
Esta cosmovisión indica que solo ciertas personas, como los sacerdotes del tiempo, pueden comunicarse directamente con ella para pedir protección y lluvias.
Cultura que resiste al olvido
La relación entre lo humano y lo divino también está en lo cotidiano: las mujeres yumhu bordan en sus prendas animales y plantas de su montaña sagrada: venados, águilas, serpientes, reflejando su vínculo con el territorio.
Hoy, Ixtenco es considerado el último bastión de la cultura yumhu en Tlaxcala, pero hay una preocupación urgente: menos de 300 personas hablan su lengua, dato que lo coloca como un grupo en peligro de extinción.
Aun así, esfuerzos como las sesiones del seminario del INAH ayudan a difundir y proteger este legado, manteniendo visibles las historias que —para ellos— no son mito, sino realidades que siguen respirando en la lluvia, la tierra y la montaña.
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