Dejar de comer azúcar repentinamente es contraproducente y puede generar ansiedad, depresión e insomnio por semanas.
Hace un par de años, las campañas en contra del consumo excesivo de azúcar estaban en boga. Explotaron bajo la premisa de que, si la infancia eliminaba los alimentos azucarados de su dieta, tendrían una vida saludable, libre de enfermedades y obesidad.
Sin embargo, un estudio reciente llevado a cabo por Aston University, en Estados Unidos, demuestra que este tipo de decisiones radicales no son bien recibidas por el organismo —mucho menos en edades tempranas del desarrollo.
Patrones de consumo nocivos
De manera natural, las moléculas de ‘azúcar’ —conocidas como sacarosas— son las proveedoras de energía al organismo humano. En el proceso digestivo, se procesan para generar ATP, que es la molécula que activa al cuerpo. Generalmente, se pueden encontrar en las plantas y las frutas en su estado natural. Tomarlas así, en principio, no genera ningún riesgo a la salud.
El problema empieza cuando el consumo de este tipo de sustancias proviene de alimentos ultraprocesados. Paletas heladas, dulces, papas fritas: las comidas chatarra favoritas tienen un contenido calórico muy superior al que el cuerpo realmente necesita. Pero saben bien y, en algunos casos, generan dependencia.
Están diseñados, literalmente, para saber mejor que la comida ‘natural’. Como al paladar le es más placentero degustar azúcares, los alimentos industriales producidos en masa pierden muchas de sus propiedades originales, en favor de ofrecer un sabor ‘mejorado’ a los consumidores. De esta forma, según la BBC, se genera cierta adicción por la azúcar, que es difícil de superar cuando los patrones de consumo se han integrado a la vida cotidiana.
¿Qué pasa si dejo la azúcar repentinamente?
El problema, por tanto, no está en la azúcar en sí misma. Por el contrario, está en nuestra relación con este tipo de sustancias. Al entrar en contacto con la lengua, las moléculas de azúcar generan una reacción en cadena instantánea, que llega al cerebro. Inmediatamente generan dopamina, el neurotransmisor del placer y las recompensas.
El cerebro, por tanto, entiende este estímulo como algo positivo que hay que reproducir. De manera natural, después de exponerlo a estos químicos, el sistema nervioso busca alimentos que le generen la misma sensación placentera. Muchas veces, los encuentra en la comida chatarra.
Sin embargo, el consumo de azúcar es necesario para el cuerpo. Regímenes alimenticios como la dieta Keto inciden directamente en los patrones cognitivos del cerebro. Además de entorpecer los proceso de pensamiento, se ha demostrado que pueden ser nocivos para el corazón, ya que se está cortando de tajo el insumo de nutrimentos esenciales para el organismo.
¿Sólo frutas y verduras?
Cada cuerpo es diferente. Sin embargo, un factor común entre las personas que deciden cortar de tajo el azúcar de sus vidas es el cambio repentino en el estado de ánimo. Además de sentirse más lentos y torpes, se han reportado casos ligados a la ansiedad y la depresión. De manera natural, el organismo tiene que adaptarse a marcha forzada a un nuevo esquema restrictivo, que lo induce en un estado de estrés.
Así como sucede con otras ‘adicciones’, el cuerpo pide azúcar. Es común que las personas entren en un estado similar al síndrome de abstinencia. En algunos casos, el antojo pasa a ser necesidad, y las personas se desmayan, vomitan o pueden tener repercusiones severas en la higiene del sueño. “Los efectos secundarios pueden persistir durante semanas“, asegura el bioquímico James Brown, de Aston University.
Por esta razón, antes de tomar decisiones precipitadas con respecto a la alimentación, es importante consultar a un especialista de la salud. Además, las dietas no funcionan por sí mismas. Siempre deben de estar acompañadas de algún tipo de ejercicio, que complemente el gasto calórico que cada cuerpo necesita. Más allá de tener una figura estética, la cuestión del azúcar —y la relación que tenemos con ella— es un asunto de bienestar básico.
MUY INTERESANTE.