Con la promesa de la nueva normalidad, miles de jefes en el mundo plantean regresar al presentismo a pesar de sus desventajas.
Son las 9 de la mañana. Después de hora y media de tráfico para llegar a la oficina, los lentes se sienten empañados y una película de sudor enmarca los labios debajo del cubrebocas. Al entrar, una persona de seguridad toma la temperatura y deja caer cantidades poco proporcionadas de gel antibacterial sobre las manos.
Después de aplicarlo en las palmas y de sanitizarse el calzado, es necesario subir a un elevador junto con otras varias personas. Todos deben de llegar al piso veintitantos, en un viaje de al menos 10 minutos. Alguien por atrás se retira la mascarilla para estornudar. Los demás se estremecen, pero hay poco que pueda hacerse: la cercanía es demasiada. Nadie tiene la certeza que los demás estén vacunados. Visto así, el presentismo no es la mejor idea.
Presentismo: ¿una solución para la productividad?
Después de diversos escándalos mediáticos con respecto a la mesa directiva de la empresa, el unicornio estadounidense WeWork recibió hace un par de semanas un último golpe. Frente alWall Street Journal, el CEO Sandeep Marthrani, aseguró que sólo los empleados menos comprometidos prefieren el home office al ‘presentismo’. Al frente de una compañía que se dedica a la renta de oficinas, la declaración fue severamente criticada.
A pesar de los esfuerzos significativos que se han hecho para volver a trabajar presencialmente, algunas de las decisiones que se han tomado parecen, a lo menos, precipitadas. Además de que los protocolos de sanidad requieren de la modificación de los espacios de trabajo, en diversos países la población más joven sigue sin vacunarse, sin tener siquiera la primera dosis.
Sólo en México, por ejemplo, el Programa Nacional de Vacunación aún no alcanza ni siquiera a cubrir la primera dosis de los adultos de 40 a 49 años. En contraste, el grueso de la fuerza laboral mexicana se encuentra en los en 39.7 años en varones y 39.4 para las mujeres, de acuerdo con las cifras del INEGI en 2020.
El mito de la productividad en el trabajo presencial
Así como Marthrani, diversos líderes de equipo en todo el mundo están apostando por el presentismo en favor de la productividad de las empresas. Sin embargo, en ciudades sobre-gentrificadas con una alta densidad poblacional —como lo son las grandes capitales del mundo, donde coincidentemente se encuentran las oficinas de estas empresas—, el tiempo es un activo invaluable.
Con las dinámicas de trabajo remoto, las personas inician el día con más frescura, ya que no tienen que enfrentarse al tráfico, los largos traslados o a la posibilidad de contagiarse en la calle. Además de que cada quién es responsable de lo que hace en casa, el riesgo de contagio colectivo se anula al no exponer a los trabajadores a un espacio cerrado, que muchas veces ni siquiera está ventilado como debería de ser.
A comparación de la dinámica a distancia, ir a la oficina quita mucho tiempo de trabajo que podría empezarse desde temprano en casa. Hay empleos en los que basta una computadora y conexión a internet adecuada para que las jornadas laborales pueden comenzar incluso antes. En contraste, con un horario de 9 a 5 en oficina difícilmente puede arrancarse la jornada laboral, literalmente, al salir de la cama.
¿Realmente es necesario volver?
Más de un año y medio de encierro pandémico ha modificado las dinámicas académicas, sociales y laborales de las personas. Quienes han podido permitírselo, han ajustado sus jornadas de trabajo a las plataformas digitales, que les ha permitido diseñar sus horarios desde casa. A pesar de la disrupción en la privacidad de los trabajadores, con la promesa de la nueva normalidad, volver a la oficina no resulta la alternativa más conveniente.
Además del gasto innegable que representa salir de casa —en términos de alimentación, transporte y el desgaste físico que conlleva—, el hecho de convivir con otras personas en espacios cerrados y mal ventilados aún representa un riesgo. Más allá de si los compañeros de oficina estén vacunados o no, las medidas sanitarias importan muy poco cuando la comodidad de las personas se ve comprometida.
Entre deslices incidentales y una franca necesidad de respirar bien, retirarse el cubrebocas de cuando en cuando es tentador. Si alguien no está protegido contra COVID-19, una infección puede ser inminente. Basta un contacto de un asintomático para que la infección se propague hasta 50 personas más, potencialmente.
Con todo lo anterior, tal vez todavía no sea momento de regresar al presentismo. Tal vez, la dinámica laboral cambió para siempre, e ir a la oficina se convierta en un lujo esporádico para las compañías y sus trabajadores. Ir a la oficina sólo algunos días a la semana será suficiente. Mientras tanto, la pandemia no ha terminado. No todavía.
MUY INTERESANTE.