Waad Al-Kateab, directora de 'Para Sama', relata el horror interminable de la guerra de Siria a través de su propia experiencia: "El miedo a los refugiados es sólo una consecuencia de la ignorancia"
En 2011, Waad Al-Kateab aún no era madre de Sama y de Taima. Tampoco era periodista. Es más, ni en el más lejano de sus sueños (o pesadillas) figuraba el convertirse con el correr del tiempo en la directora de cine que ya es hoy cuyo trabajo se encuentra debidamente avalado por una candidatura de los Oscar de 2019. "Todo es demasiado extraño. Mi única intención fue levantar testimonio de lo que ocurría a mi alrededor", comenta vía Zoom desde Londres la cineasta siria y lo hace entre la determinación y una sorpresa que no acaba. En la pantalla del ordenador aparece ella, la misma que ocupa cada plano de una Alepo arrasada en 'Para Sama', su película recién estrenada. Detrás de ella, resplandeciente, se adivina la estatuilla de los Bafta y, exactamente igual de brillante, se aprecia la claridad de un pasado tan indestructible como funesto. Han pasado cientos de miles de muertos y la guerra civil en Siria contra el dictador Bashar al-Assad sigue intacta.
"Cuando uno piensa en la guerra, lo único que le viene a la mente son las imágenes del horror, de las bombas, de las destrucción... El problema es que es fácil olvidar o simplemente cuesta darse cuenta de que detrás de todo eso que vemos como un simple escenario viven personas, personas que tienen exactamente los mismos sueños, deseos y ambiciones; personas con ganas de tener una familia y una hija... aunque sea en el peor de los mundos", relata con una naturalidad tan ensayada y transparente como perturbadora.
'Para Sama' es, en efecto, un documental, pero mucho más a la vez. La película compila en poco menos de 90 minutos más de 500 horas grabadas a lo largo de los años. Todo discurre en primera persona como si se tratara de un prolongado 'selfie' que, de repente, desnuda y hasta avergüenza la naturaleza por fuerza narcisista del perenne autorretrato en tiempos de Instragram. Como un diario del horror y del miedo, pero también de la esperanza y la vida, la película se despliega ante la pantalla con una rara y contradictoria evidencia. Todo resulta a la vez tan pueril como terrible, tan tierno como brutalmente cruento. Y así hasta convertir cada gesto, por mínimo y fútil que se antoje, en una hazaña ciertamente descomunal. "Mi idea nunca fue hacer una película. Al principio, simplemente quería que quedara constancia del movimiento de protesta contra una dictadura. El documental vino después. Una vez fuera de Alepo, ya en Europa, sólo sentía rabia y frustración. Y acto seguido, pensé que tenía que hacer algo para contar la verdad, para contar lo que de verdad estaba pasando... Pero ¿el qué? Y fue en ese instante cuando me senté con Edward Watts a buscar, seleccionar y montar lo que tenía. La película nace, si se quiere, de la necesidad de sobreponerme a la impotencia", dice.
Y así es. 'Para Sama' no es más que un acto de amor. "Por el título queda claro que lo hice por todos los que amo, por mi familia y por ella... por mi hija", dice. La película cuenta desde las primeras revueltas en la calle a la historia de amor con Hamza, un médico comprometido que en el arco dramático de la cinta pasa por novio, marido, padre, activista y finalmente coprotagonista de la misma vida. Pero también, además del acto de amor, es un acto de resistencia. "Para mí", puntualiza, "no hay diferencia: amar es también resistir ante las adversidades. Amar es una acto político. No entiendo mi oficio ni mi vida de otra manera que como política". Y sigue: "Mi esperanza es que la película sea algo más que sólo un entretenimiento o una denuncia de una situación injusta. Espero que también sea una herramienta para el cambio, que la gente la vea y se pregunte qué puede hacer para ayudar, que salga del cine y colabore con alguien que se preocupe por la gente de Siria. Hemos creado un movimiento que se llama 'Action for Sama' precisamente para eso. Para animar a los espectadores a ser ellos los protagonistas".
Cuenta Waad Al-Kateab que cuando llegó a Londres se vio obligada a dejar a la niña pequeña, Taima, atrás. "Reino Unido nos concedía asilo porque había colaborado en Channel 4", dice. "El problema es que tanto los pasaportes de mi marido como de Sama estaban a punto de caducar. Más allá de los papeles del hospital donde dio a luz, Taima aún no tenía un documento que le permitiera viajar. Así que tuvimos que dejarla con apenas un año en Turquía durante cinco meses. Fue el tiempo más angustioso que he pasado. Mucho más que todo el tiempo bajo las bombas en Siria", cuenta con detalle y sin ocultar lo que no duda en identificar como complejo de culpa.
"A veces pienso", reflexiona en voz alta, "que la gente está harta de que le cuenten lo mismo siempre. Muertes aquí y allá. Por eso es importante poner cara a esa muerte. Los muertos y los que sufren son personas, no números en una estadística". Se detiene un instante y continúa: "En realidad, la situación de los refugiados es la misma en todo el mundo. Se les tiene miedo a ellos y a los inmigrante por simple ignorancia. Se piensa en ellos como el otro, como una amenaza. Y no lo son, son y somos como todo el mundo; todos queremos lo mismo: un futuro digno para nuestra familia. La película simplemente lucha contra esto de una manera muy simple: si conoces a las personas y te preocupas por ellas".
PREGUNTA. ¿Cree entonces que el arte puede cambiar el mundo?
RESPUESTA.El arte es lo único que puede hacerlo.
EL CULTURAL.