La música es y ha sido la narración y registro de diferentes sucesos históricos de nuestro país, que a través de su composición e interpretación ha reflejado la diversidad de nuestro enorme mosaico cultural lleno de carácter, alegría, humor y pasión.
Si bien, la música proviene del espíritu de la creación artística que se manifiesta libremente, ésta no deja de tener la facultad de actuar como instrumento de cohesión social. Es decir, la música posee elementos distintivos del suelo donde emana, elementos que identifica el músico o compositor del espacio donde se generan sus más entrañables vivencias.
El lenguaje de la música tiene una estructura compuesta por melodías, ritmos y otros elementos; sin embargo, también contiene simbolismos provenientes de la percepción y comprensión del mundo que se manifiestan a través de la biografía del artista. Es la materialización del espíritu artístico del compositor contenido en sonatas o sinfonías inspiradas del tinte de sus experiencias.
La genialidad y el talento humano no tienen delimitaciones por nacionalidad u origen. No obstante, diversas creaciones artísticas poseen rasgos de identificación y sentido de pertenencia hacia una comunidad. De manera que, conocer y redescubrir nuestro registro sonoro es necesario para poder sentir nuestra historia e identidad.
Afortunadamente, México tiene un extraordinario acervo musical de orquesta y entre múltiples composiciones podemos reconocernos. Por esa razón, mediante la armonía y el cromatismo sonoro se encuentra la fabricación de nuestra cosmovisión, el susurro de nuestros antepasados, los excepcionales paisajes y nuestro refugio.
José Pablo Moncayo García fue uno de los compositores más emblemáticos de México. Nació en 1912 en la ciudad de Guadalajara, Jalisco y estudió en el Conservatorio Nacional de Música donde fue alumno del Mtro. Carlos Chávez quien fue pilar del nacionalismo musical a mediados del siglo XX. Entre sus obras más destacadas están: Sinfonía no. 1, Tierra de temporal, Amatzinac de 1938, composiciones corales como Penatori y Canciones de mar. Además, al estilo wagneriano, es decir involucrando la música y la poesía, creó Romanza de las flores de calabaza, Cuento de la potranca y su ópera La mulata de Córdoba que acompañó con un libreto de Xavier Villaurrutia.
Pero, sin duda alguna, su obra maestra reside en el segundo himno de los mexicanos, el Huapango de 1941. Canción que nos basta escuchar los primeros segundos para reconocer el calor de nuestro país y con ello el afecto de nuestras familias y amigos, el sabor de nuestra comida y los entrañables momentos que nos ha regalado México.
El huapango de Moncayo de 1941 no solamente representa elementos musicales distintivos de la región de la Huasteca, sino que se manifiesta con firmeza, incluso sin orquesta en vivo, dentro de la cultura popular mexicana. Es un símbolo y signo de identidad nacional y es usado para diversas promociones de México en el exterior.
No existe la posibilidad de ignorar y desconocer el ritmo y la armonía del Huapango de Moncayo. Ya que al escucharlo en seguida tenemos la imagen de México, nuestro primer amor.
José Pablo Moncayo García murió el 16 de junio de 1958; sin embargo, su Huapango lo convirtió en inmortal, porque seguimos celebrando lo grande de su legado y lo transcendental de su composición que sigue nutriéndose de lo colorido y lo pintoresco de México y nos abraza en los tiempos difíciles.
El Huapango de Moncayo como la música en sus diferentes estilos proyectan narraciones de historias y sentimientos que envuelven lo bello y lo sublime de la vida.
La música seguirá siendo un instrumento de cohesión que nos abriga y nos identifica. Un refugio magnifico y celestial que nos puede salvar de toda la acidez de tiempos caóticos como el nuestro.
Gracias hasta la eternidad y la grandeza, José Pablo Moncayo García.